martes, 30 de abril de 2013


Nuestra respiración entrecortada era el único sonido que mató la tranquilidad de esas noches de verano, esas en las que dejamos de ser dos para convertirnos en uno. Recuerdo que me dolían los labios de tanto besarte y el alma de sentirme tan libre entre tus brazos. Te dejabas la piel y la garganta en cada verso que me dedicabas mientras acariciabas tu guitarra casi con tanta delicadeza como lo habías hecho con mi cuerpo minutos antes. ¿Y quién nos iba a decir cuáles eran las normas si nunca hemos hecho otra cosa que saltárnoslas? Si nos acostumbramos tanto a huir del amor haciéndolo en la cama desgastada de ese hotel que se nos olvidó la tan sonada promesa de "solo sexo". Tampoco puedo fingir que no te echo de menos y que no te he pensado mientras pruebo otras lenguas. Sé que nuestro quejido en vis a vis y esa mariposa tatuada que se escapó de tu brazo para removerme las costillas fueron lo que provocó el desastre en el que ahora me encuentro y aunque me intente convencer a mí misma a conciencia de que ojalá esto no hubiera ocurrido nunca, si pudiera volver otra vez hacia atrás repetiría mil veces todo lo que hemos pasado. ¿Cómo olvidar aquellas veces en las que te regañaba por fumar mientras te quitaba el cigarro de la boca para darle yo las últimas caladas? Tú sonreías y yo dibujaba tus canciones con humo en el aire, al menos lo intentaba. Eras veneno en mi piel y en mis venas. Y lo peor es que lo sigues siendo a pesar de todo.

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