Nuestra respiración entrecortada era
el único sonido que mató la tranquilidad de esas noches de verano,
esas en las que dejamos de ser dos para convertirnos en uno. Recuerdo
que me dolían los labios de tanto besarte y el alma de sentirme tan
libre entre tus brazos. Te dejabas la piel y la garganta en cada
verso que me dedicabas mientras acariciabas tu guitarra casi con
tanta delicadeza como lo habías hecho con mi cuerpo minutos antes.
¿Y quién nos iba a decir cuáles eran las normas si nunca hemos
hecho otra cosa que saltárnoslas? Si nos acostumbramos tanto a huir
del amor haciéndolo en la cama desgastada de ese hotel que se nos
olvidó la tan sonada promesa de "solo sexo". Tampoco puedo
fingir que no te echo de menos y que no te he pensado mientras pruebo
otras lenguas. Sé que nuestro quejido en vis a vis y esa mariposa
tatuada que se escapó de tu brazo para removerme las costillas
fueron lo que provocó el desastre en el que ahora me encuentro y
aunque me intente convencer a mí misma a conciencia de que ojalá
esto no hubiera ocurrido nunca, si pudiera volver otra vez hacia
atrás repetiría mil veces todo lo que hemos pasado. ¿Cómo olvidar
aquellas veces en las que te regañaba por fumar mientras te quitaba
el cigarro de la boca para darle yo las últimas caladas? Tú
sonreías y yo dibujaba tus canciones con humo en el aire, al menos
lo intentaba. Eras veneno en mi piel y en mis venas. Y lo peor es que
lo sigues siendo a pesar de todo.
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